La Cultura de la Pobreza
El concepto de la cultura de la pobreza es relativamente nuevo, si bien se ha escrito mucho acerca de la pobreza y los pobres. Lo mencioné por primera vez en 1959 en mi libro Cinco familias: estudios de casos mexicanos en la cultura de la pobreza. Este término es pegajoso y se ha empleado correcta e incorrectamente con gran frecuencia. Michael Harrington lo usó de manera repetida en su libro The Other America, que cumplió una función importante en el surgimiento del programa nacional contra la pobreza en los Estados Unidos, pero le dio una connotación más amplia y menos técnica que la que yo tenía en mente. A continuación intentaré definirlo en forma más precisa como un modelo conceptual, subrayando en particular la diferencia entre la pobreza y la cultura de la pobreza. La falta de estudios antropológicos intensivos de familias pobres de diversos contextos culturales y nacionales, especialmente de los países socialistas, es una desventaja importante para la formulación de regularidades interculturales válidas. Por lo tanto, el modelo que presento en este ensayo es provisional y está sujeto a modificaciones en razón de nuevos estudios.
A lo largo de la historia escrita encontramos, en la literatura, los proverbios y dichos populares, dos evaluaciones opuestas acerca de los pobres. Algunos los caracterizan como benditos, virtuosos, enhiestos, serenos, independientes, honrados, amables y felices; otros los consideran perversos, miserables, violentos, sórdidos y criminales. Estas evaluaciones contradictorias y que originan confusión también se reflejan en la lucha actual contra la pobreza. Unos estudiosos ponen de relieve la gran capacidad de los pobres para ayudarse a sí mismos, para el liderazgo y la organización de la comunidad; mientras otros señalan los efectos destructores, algunas veces irreversibles, que ejerce la pobreza sobre el carácter individual, por lo que enfatizan la necesidad de conducción y control por parte de la clase media, la que supuestamente tiene una mejor salud mental.
Estos puntos de vista opuestos reflejan también una lucha por el poder político entre dos grupos competidores. Sin embargo, la confusión se deriva, en parte, tanto de no diferenciar entre la pobreza misma y la cultura de la pobreza, como de la tendencia a centrar la atención en la personalidad individual y no en el grupo, es decir, no en la familia y el barrio.
He intentado, como antropólogo, comprender la pobreza y sus características como cultura o, con mayor precisión, como subcultura, con su propia estructura y razón de ser, como un modo de vida que pasa de una generación a otra en las familias. Este enfoque dirige la atención al hecho de que la cultura de la pobreza en las naciones modernas, no sólo es una cuestión de bajo nivel de ingresos, desorganización o carencia alguna, sino que también representa aspectos positivos y satisfacciones sin las cuales los pobres difícilmente podrían seguir adelante.
En otros escritos he indicado que la cultura de pobreza va más allá de las diferencias regionales, rurales-urbanas y nacionales, mostrando similitudes notables en la estructura familiar, las relaciones interpersonales, el uso del tiempo, los sistemas de valores y los patrones de gastos. Estas similitudes a nivel supranacional son ejemplos de inventiva y convergencia independientes, y representan adaptaciones comunes a problemas también comunes.
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