El Japón Medieval fue una época histórica en que la cultura alcanzó al mismo tiempo un grado alto de desarrollo y tolerancia hacia las distintas manifestaciones de la sexualidad humana. Hay abundante biografía sobre este tema, como se puede consultar al final de este libro, pero nosotros hemos preferido sobretodo la excelente edición del Danshoku Okagami (Historias gloriosas del amor viril) de Saikaku Ihara que se imprimió en Méjico en 1984 con traducción del inglés de Armand de Fluvià, bajo el título de "Historias de amor entre samuráis".
La historia de la homosexualidad en el Japón parece comenzar con el gran héroe cultural Kobo Daichi (774-835), fundador de la secta budista Shingon. Aunque no parece muy probable que deba atribuirse a un solo individuo la invención del alfabeto silábico japonés, el saber popular suele suponer que él fue el inventor del silabario japonés. Aún menos verosímil, pero casi tan popular como el anterior mito, es la creencia de que fue él el inventor de la homosexualidad. No obstante, hay que decir que el primer grupo conocido dedicado a tratos homosexuales en el Japón estaba compuesto por monjes.
En poemas amorosos y en decretos del gobierno se han podido hallar pruebas de actividad homosexual entre los monjes budistas -los bonzos. La trama básica de los cuentos amorosos entre bonzos y muchachos del siglo XIV consiste en el encuentro, cortejo y fusión amorosa ocurridos entre un sacerdote y un jovencito de aproximadamente unos 15 años, que se halla o ha estado viviendo en el templo como estudiante. En el nudo de la trama surge siempre algún problema, que suele ser siempre de interferencias exteriores u obligaciones personales. Y dicho problema suele resolverse mediante el suicidio o la separación de uno de los amantes, lo que desata una profunda melancolía en el sobreviviente. Este, en tal situación, experimenta la verdad última del "mujo", la inanidad de la vida, lo que produce en él una iluminación religiosa. Esto lo Ileva a dedicarse el resto de su vida a las prácticas religiosas. Lo que puede parecer trágico, de no ser porque en el mundo del Japón Medieval, la iluminación religiosa o "hosshin" constituía un fin mucho más valioso que la felicidad mundana.
Durante los siglos XV y XVI son muchos los misioneros jesuitas portugueses que aparecen quejándose de la homosexualidad de los sacerdotes japoneses. Había, ciertamente, leyes que prohibían a los monjes tener tratos con mujeres, leyes que costaba trabajo guardar a los japoneses, dada la notoria falta de disciplina de los monasterios de Nara. Pero ningún tipo de prohibición pesaba sobre las restantes formas de sexualidad. Los portugueses, en general, se sintieron favorablemente impresionados por los distintos aspectos de la cultura japonesa, con excepción de la homosexualidad y el infanticidio. Si el incidente que a continuación referiremos tiene algún valor general, se verá que ni siquiera las apasionadas prédicas de los misioneros pudieron lograr nada contra la autoconfianza de los japoneses del siglo XVI: Tras descubrir las preferencias sexuales del daimio Uchi, el famoso misionero San Francisco Javier, cayó en una rabiosa condena de la homosexualidad, declarándola un pecado que habría de condenar irremisiblemente a Uchi al infierno. El intérprete, prudentemente, evitó traducir su parlamento, lo que llevó a Uchi a ufanarse aún más de su amor, interpretando la rabiosa expresión del misionero como un efecto de sus celos.
Más amplias pruebas, procedentes de múltiples fuentes, tenemos de la homosexualidad entre los señores feudales o samurais. La homosexualidad era, al parecer, práctica común en todos los estamentos de los samurais, y estaba muy asociada al vínculo feudal entre señor y vasallo. De tal manera que, los guerreros samurais solían seleccionar a un joven concreto como su favorito que tenían junto a sí durante la batalla. En tiempo de paz, estos favoritos sexuales eran empleados como secretarios.
La lista de homosexuales famosos empieza probablemente con Genji. Cuando es rechazado por Utusemi, se consuela durmiendo abrazado con su hermano menor. La lista incluye, así mismo, a los poderosos primeros ministros que gobernaban en nombre del emperador o shoguns, y en concreto a Ashihakaga Yoshimitsu, del siglo XIV, cuyos gustos contribuyeron muy directamente a la creación del género teatral del medioevo japonés conocido como teatro Nó. Yoshimitsu, al parecer, había quedado cautivado por dos actores, padre e hijo, Kan'ami y Zeami, al verlos actuar en una representación. La belleza de Zeami, que tenia entonces 11 años, ganó a ambos el patrocinio de Yoshimitsu, permitiéndoles dedicar todos sus esfuerzos al desarrollo del arte dramático.
Entre los homosexuales japoneses más famosos se encuentran Ona Nobunaga y Toyomi Hideyoshi. A continuación de ellos y ya en el siglo XVII, se hallan los shogunes llamados Tokugawa. Ieyasu gozaba por igual con hombres y con mujeres, si bien su nieto, Iernitsu, mostró una clara preferencia por los varones. Tsunayosi, por su parte, llevó su complacencia por la homosexualidad hasta extremos de escándalo. La casi exclusiva naturaleza de sus preferencias era bastante inusual. Y lo más escandaloso de todo fue la lluvia de favores que hizo caer sobre sus protegidos sexuales. Yanagisawa Yoshiyasu fue el más famoso de sus amantes. La facilidad con que mezclaba su forma de complacer a Tsunayoshi con sus actividades públicas, le abrieron el camino de la gloria: Tras una fulgurante carrera, llegó incluso a ser ministro del gabinete de Tsunayosi. La gran mayoría de los asistentes de Tsunayosi eran elegidos por su belleza y por razones sexuales. Otros muchos eran recompensados por sus favores con estipendios y honores. Tsunayosi parece haber organizado su actividad amorosa con pleno cuidado, pues tenía a su servicio un funcionario especial nombrado para seleccionar muchachos hermosos, y las actividades de los jóvenes elegidos estaban estrictamente reglamentadas. Declinar una invitación del Shogún era un atrevimiento peligroso. Tsunayosi, por lo demás, castigaba con tanta arbitrariedad a quienes le disgustaban, como recompensaba a quienes le complacían. Su capricho, que ignoraba las convenciones de la rígida estructura social del período Tokugawa provocaron el comentario y el escándalo, pero estableció un ejemplo que fue seguido por muchos.
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